Nos gustaría que la vida cristiana fluyera y tuviera vitalidad en
nuestras parroquias, que la gente estuviera animada en participar, que los
jóvenes descubrieran en el evangelio la alegría para crecer por dentro y
caminar hacia fuera,… pero, las más de las veces, la realidad no secunda
nuestros deseos: la vida no fluye, la participación es de pocas y los más
jóvenes buscan otras alegrías, etc. Esta situación nos provoca desconcierto,
cansancio y muchas veces derrotismo. ¡Aquí me quedo!
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