Luis, a sus ochenta, ochenta y un años, se mantiene con una ilusión que,
no sólo me sorprende, sino que me hace dudar de su cordura, pues no
me parece su edad ni tampoco me parecen estos tiempos los mejores
para la utopía, más bien para el pragmatismo y el “ir tirando”. Hace veinte
años que lo conozco, más o menos. Luis, «el fonta», como le conoce
todo el mundo, ha dedicado su vida a acompañar a cientos de jóvenes
trabajadores, caminando por muchas calles de barrios obreros, tras las
huellas de Jesús. Ha empleado su vida al trabajo, siendo un cura obrero.
Lo ha hecho para estar cerca de los trabajadores y trabajadoras, como el
Maestro carpintero de Nazaret (han trabajado en ramas similares, como
se ve); también se ha dedicado a colaborar con una ONG implicada en
Latinoamérica. Y a sus ochenta y más, achaques incluidos, se mantiene
incansablemente utópico.
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