El año pasado surge un fenómeno ciudadano diferente: el movimiento 15M. Nace en un contexto de crisis económica ya acentuada y adquiere un matiz importante. Es, fundamentalmente, un movimiento juvenil. Los jóvenes habíamos sido un colectivo especialmente afectados por la crisis (consecuencia de las hipotecas, la precariedad laboral y paro juvenil, etc.). Hasta entonces parecía que la juventud se había adormecido. Pero despertó. Y lo hizo en un contexto internacional que no hay que olvidar. La primavera árabe había demostrado que las movilizaciones masivas, pacíficas y juveniles podían modificar las políticas de los gobiernos e incluso derrocarlos. Así, el descontento acumulado y el desprestigio de todas las instituciones, especialmente las políticas y el cuestionamiento de una verdadera democracia, más participativa, van fomentando este nuevo movimiento que adquiere una repercusión mediática hasta entonces desconocida, y bajo el paraguas del pacifismo y la sensatez de sus reivindicaciones se gana la simpatía de la gran parte de la ciudadanía. Y se extiende por prácticamente todas las ciudades españolas, europeas e incluso de otras partes del mundo.
La situación actual de desempleo juvenil, precariedad laboral, pérdida de derechos sociales y supresión de servicios públicos suponen un ataque a la dignidad de la persona como hija de Dios. Son las personas más vulnerables y empobrecidas de nuestra sociedad las que sufren especialmente las consecuencias de esta situación, que, por otra parte, ha traído consigo el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres. Estas situaciones de inestabilidad impiden poder plantearse cualquier proyecto estable de vida, de pareja, de familia… asistiendo pues a la destrucción de estos valores cristianos tan fundamentales.
La ciudadanía y el propio movimiento 15M no ha reaccionado a la misma velocidad con la que ha llegado esta ola de recortes. Pero vuelve a despertar. Y la fuerza más poderosa radica en la situación penosa a la que se han visto abocadas muchas personas: paro, pobreza,… Todo esto, junto con el aprendizaje de errores pasados ha hecho resurgir el movimiento 15M. Todavía quedan por resolver algunas incógnitas y esperar el nuevo rumbo que va tomando. Pero lo cierto es que mucha gente estaba esperando una respuesta colectiva.
De la estrategia que finalmente se tome, dependerá la mayor adhesión y simpatía del resto de la ciudadanía hacia este movimiento que puede seguir escribiendo páginas colectivas de cambio en la historia política y económica de nuestro país, nuestro continente y nuestro mundo.
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